Los golpes reiterados, el abuso, la violencia sicológica, el abandono
o la muerte de un ser querido tienen una cosa en común: producen miedo
en los niños.
Cuando esas situaciones se repiten, pueden transformarse en traumas,
los que han sido vinculados con la agresividad en la adultez.
De hecho, no son pocos los casos de personas violentas que tienen
antecedentes de infancias adversas. Sin embargo, ningún estudio había
podido encontrar un vínculo neurológico directo, hasta ahora.
Una investigación de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne
(EPFL), en Suiza, demostró que el trauma en la infancia no sólo produce
sufrimiento sicológico, sino que provoca cambios a nivel cerebral, los
que están relacionados con la conducta agresiva impulsiva en el futuro.
El estudio, realizado en ratas y comparado con resultados previos en
humanos, muestra diferencias en la estructura y funcionamiento del
cerebro de quienes vivieron un trauma en la niñez y quienes no.
Al enfrentarse a situaciones estresantes, una persona que ha tenido
una infancia normal reacciona activando en su cerebro la corteza
orbitofrontal, encargada de inhibir las reacciones agresivas. Pero en
las pruebas en animales, los expertos vieron que en aquellos que habían
sido expuestos a situaciones traumáticas, esa zona casi no funcionaba.
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